El fútbol cedió su lugar a una batalla campal en Berna
Si hay un momento en el que la rivalidad de dos selecciones llegó a tonos intolerables, fue en los cuartos de final de Suiza 54 entre Hungría y Brasil.
La Copa del Mundo guarda un sinfín de goles, victorias y jugadas memorables, pero también momentos realmente vergonzosos que deberían ser borrados de cualquier libro de historia.
Si hay un momento en el que la rivalidad de dos selecciones mundialistas sobre el terreno de juego llegó a tonos intolerables, fue en los cuartos de final de Suiza 54 entre Hungría y Brasil.
El 27 de junio, en el Wankdorfstadion, los maestros europeos y los artistas sudamericanos se veían las caras en un partido sin más allá. Sin embargo, ambos equipos se olvidaron del fútbol, dejaron salir su lado más agresivo y convirtieron en uno de los partidos más infames en la historia del torneo, mejor conocido como “La batalla de Berna”.
“Nunca he visto golpes tan crueles”. La frase del diario británico ‘The Times’ parece quedarse corta ante un juego que terminó con tres expulsados, varios lesionados y un pleito monumental entre jugadores y cuerpo técnico de ambos equipos, primero sobre la cancha, después en los vestuarios.
Apenas al minuto 7 de juego, los magiares ganaban 2-0. Nadie parecía recordar la ausencia por lesión de su máxima estrella, Ferenc Puskas. Brasil intentó reaccionar, pero la mayoría de sus ofensivas eran frenadas por faltas. De hecho, el descuento caería gracias a un penalti marcado por Djalma Santos, al 18’.
A partir de ahí, la violencia comenzó a ganar espacio. Una fuerte entrada de Kidegkuti a Didí, hizo que Brandaozinho se cobrara justicia con un puñetazo en la cara del húngaro.
En la segunda parte vendría un nuevo penal, más patadas, discusiones y golpes. Al minuto 71’, tras el segundo gol brasileño (3-2), Jozsef Bozsik y Nílton Santos se dieron de manazos y fueron invitados a salir, literalmente, por el árbitro inglés Arthur Ellis, quien los acompañó hasta la entrada al vestuario. Unos minutos después, Brasil perdería un nuevo jugador, gracias a una jugada artera de Humberto a Gyula Lóránt.
El pitazo final sentenciaba la victoria húngara 4-2, pero los ánimos estaban aún muy caldeados. Mientras los jugadores brasileños le reclamaban algunas acciones al árbitro central, Mourinho golpeó a Zoltan Czibor y se desató un pleito en el que participaron futbolistas, cuerpo técnico, aficionados y hasta fotógrafos.
Camino a los vestuarios, el técnico brasileño Zezé Moreira le lanzó un zapato al viceministro de deportes húngaro, mientras Puskas le lanzó a Pinheiro una botella de vidrio que le hizo un corte en la cabeza y provocó que todo el equipo brasileño (menos Pinheiro, por supuesto) asaltara el vestuario rival cuál cantina del Viejo Oeste.
“Pensé que iba a ser el mejor partido que vería nunca, pero se comportaban como animales. Fue una desgracia. Mi única intención era terminar el partido cuanto antes”, confesó el árbitro años después.
Tras analizar lo sucedido, la FIFA decidió que amonestar a las dos delegaciones, pero no sancionó a ningún jugador, pues consideró que una sanción perjudicaría sólo a Hungría, que seguía con vida en el torneo y debía disputar la semifinal ante Uruguay.
Ironías de la vida y del fútbol, una semana después de aquella batalla campal, Berna sería el escenario de un milagro, de una las victorias más heroicas de los Mundiales. Alemania Occidental levantaría la copa al derrotar 3-2 en la final a la poderosa Hungría… ¿Karma?
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