Por Luanna Orjuela Murcia |1 de octubre de 2023, 8:00 AM

Federico Kiko Robles, presentador de televisión y experimentado comunicador, tenía 30 años de vivir su vida con sobrepeso, llegó a un punto crítico en el que pesaba 230 kilos y ya era considerado obeso mórbido.

El 28 de febrero del 2006 su vida cambió cuando decidió ponerse en manos de profesionales que le realizaron una cirugía innovadora, que no era conocida en Costa Rica: el baipás gástrico. Y de hecho, se convirtió en uno de primeros en el país en efectuársela.

El conductor considera que esta intervención le cambió la vida y fue un “empezar a nacer en vida”, como un bebé.

Pasó de 230 kilos a 70 kilos y de camisas 6 XL a M en muy poco tiempo y su vida dio un giro de 180 grados.

Tras 17 años de este momento, el presentador brindó una entrevista a Teletica.com para reflexionar sobre cómo este procedimiento le cambió su vida.

¿Cómo escuchó usted por primera vez de la cirugía?

¿Cómo se sentía antes de la cirugía y cómo era su vida?

El obeso mórbido vive con un anestesiarse diario. Todos los días se mete una aguja de anestesia mental virtual para olvidar cuánto consumió y cuánto sufrió en el día a día. Sufrís en términos de cómo la gente te ve, de cómo la gente te percibe, de cómo la gente te trata. En aquel entonces, y creo que hoy en día no existía tanto el 'me ofendí, me discriminó'. Al gordo le decían gordo. Pero que la persona que padece otro tipo de enfermedad, como el VIH o cáncer, nadie lo vacila, pero el gordo con sus problemáticas vive encerrado en una cárcel de oro. ¿Por qué de oro? Porque es súper costoso lo que le has metido a tu cuerpo, pero no lo puedes gastar.  Cada día te deteriora más y cada día creo que como cuerpo vales menos más allá de que el valor como ser humano nunca se pierde, pero el precio que pagas es muy caro y cada día perdés más la salud.

¿Cuáles eran las dificultades del día a día por esta condición?

¿En algún momento sintió que su peso afectó su trabajo como figura en la televisión?

Entonces, ¿no le afectaba la autoestima?

No, nunca. La gente nunca fue como de burlarse, nunca fue de señalarme. Por el contrario, yo siempre llegaba y saludaba y les decía venga porque le voy a dar 360 libras de puro amor y cariño. Y les daba un abrazo y la gente se reía. Yo vacilaba siempre, siempre vacilé con eso. Entonces nunca tuve problemas. Creo que cuando uno expone de frente sus cualidades, sus virtudes, sus fracasos, derrotas y defectos, ya no hay nadie que te pueda decir nada, porque ya vos lo dijiste primero.

¿Cuáles fueron otras opciones que había intentado antes de esta cirugía?

Antes de que entendiera eso, ¿cómo se alimentaba?

Yo no entendía nada, absolutamente nada. Uno no sabía lo que era la diferencia entre una legumbre, un vegetal, lo que era pescado, una sopa, una ensalada, una proteína, un carbohidrato... Uno no entiende, yo simple y sencillamente decía comida es comida y punto. Y no, no entendés la cantidad de elementos químicos que pueden existir en ciertos tipos de comida que, combinados, hacen una fusión súper mortal porque te lleva a un lugar donde no querés estar. Entonces cada día, si querés pesarte, pesas más y más y hay un momento en que ya es incontrolable, ya no lo puedes manejar, se te sale de las manos.

¿Cuáles eran las comorbilidades que traían la obesidad?

La prediabetes, el asma, la posibilidad de infartos, yo tenía petrificada la vesícula, tenía gastritis, reflujo, hernia hiatal y puedo seguir... El día que el doctor me operó me dijo que él no quería prejuiciarme porque ya yo estaba a minutos de la cirugía, pero me dijo: ‘yo calculo que con el nivel de vida que tenías vos podrías vivir uno o dos años más’.

¿En algún momento dudó en hacerse la cirugía o tuvo miedo de perder la vida en el proceso?

Lo pensé, pero ya no le tenía miedo. Había probado tantas cosas que ya no le tenía miedo a nada, más allá de que yo era una persona feliz, una persona que salía en tele y gozaba del reconocimiento de algunos. Pero si llegas a un momento en que llegas a tu tranquilidad, a tu automóvil, a tu casa, a lo que sea, ahí estás, te encontrás vos con vos mismo y entras en una, en una cuasi depresión que sabés que tenés que aprender a apagarla, porque al día siguiente hay que ponerse la careta de la felicidad. El show debe continuar. Te metes esa inyección de anestesia para olvidar todo, te dormís y te levantás con un nuevo aire. Era difícil, era complicado, pero había tantas dietas y tantas opciones que ya no le tenía miedo a nada.

A partir del 28 de febrero del 2006, día de la cirugía, ¿cómo cambió su vida?

¿Cómo fue el proceso de recuperación?

Cuando te hacen el baipás y te cortan el estómago, te borran la memoria sensorial del gusto y del sabor. ¿Qué significa? Te recetearon el cerebro. Vos te levantás y no te acordás a qué sabe una bebida alcohólica, una hamburguesa, un pollo frito… Entonces no tenés deseo de nada. El cuerpo es tan inteligente que te empieza a decir no, no quiero comer, lo que quiero es tomar un poquitito. Y empezás en el día a día, con ciertos jarabes, con ciertos productos. Empezás casi que, obligado a comer y a comer. 

El cuerpo te empieza a despertar ciertas cosas del olfato. Nunca se me olvidó que iba por el antiguo cine Omni en San José caminando y tuve que tocar la puerta de una casa y me abrió una señora y le dije señora: ‘¿cómo le va? Discúlpeme, ¿qué está cocinando?’ Y descubrí que había algo que se llamaba chayote sancochado. Fue impresionante y la señora me conocía, me lo empacó en un envase y me lo llevé y empecé a descubrir el chayote y así el cuerpo te empieza a pedir otros alimentos.

¿Qué descubrió en esta nueva vida?

¿Cuánto peso perdió?

Yo pasé de 230 kilos a 80 kilos y poco tiempo después me hicieron la operación estética, donde me separan el cuerpo 360 y quedé de 70 kilos. Me estiran el pellejo, me lo cortan y vuelven a pegar. Yo recuerdo que en medio de estar adelgazando yo me dejaba la falda de la camisa por fuera y lo que me metía eran la falda del pellejo, porque el pellejo si lo estiraba me podía llegar hasta las rodillas. Era impresionante. Entonces me cansaba ahora el peso del pellejo. Y cuando llegan, te cortan y te ponen luego un traje para tallar el cuerpo, empezás a ver y decís: ‘guau, ese no soy yo, no, sí soy yo’.

¿Qué anécdota puede destacar sobre su pérdida abrupta de peso?

Las autoridades han advertido a la población que hay que buscar buenos profesionales para que no haya ningún riesgo. ¿Qué recomiendas?

“Ciertamente, hay que asesorarse y meterse con los profesionales. Ciertamente, hay que ver cuál es el tipo de cirugía, porque hay muchas cirugías hoy día. Te ofrecen la manga, el balón, la cinta y el baipás, que es el tope de línea. En mi caso era un grupo de siete doctores que todos entraban a cirugía en un hospital sumamente reconocido en el país, del cual yo no tenía por qué dudar, donde todos estaban calificados y eran de diferentes nacionalidades que se estaban montando en el país. Creo que yo fui una de las primeras operaciones en este país. Debo decir que la tasa de mortalidad es muy baja. No existen malas operaciones, existen malos pacientes (porque no siguen al pie de la letra el postquirúrgico). Y yo he tratado de abanderar para decirle a las autoridades médicas de Costa Rica que la obesidad mórbida, es una enfermedad y cuando a alguien le operan de esto, pues no sabes la cantidad de millones que se podría estar ahorrando en medicinas.

¿Qué le diría a una persona que está valorando hacerse ese procedimiento?

“Creo que yo cometí un error y fue garrafal y fue no haberme hecho esa operación antes”.

¿Qué reflexión hace sobre su vida tras esta decisión?

¿Qué le decía su hijo?

El enano me acompañó desde el primer día. De hecho, él se convirtió en mi enfermero personal porque él me decía: ‘pa, hay que tomarse el jarabe y hay que tomarse el gel’. Entonces él como que estaba atrás mío y me decía: ‘pa, vamos a caminar’. Y yo me sentía muerto, me sentía cansado, pero me di cuenta que entre más caminaba mejor me sentía. Él me acompañó en ese proceso y puedo decir que pudo disfrutar más a mi hijo porque descubrí lo que era montarme una bicicleta, andar en moto para arriba, para abajo y meterme en un ciclo, jugar fútbol o jugar al básquet. Entonces pude disfrutarlo más, cosa que no me daba cuenta de que no estaba haciendo y era sentarme a verlo jugar. Ya no había que sentarme y ahora era levantarme e ir a jugar.

Kiko Robles y su hijo. Cortesía
Kiko Robles y su hijo. Cortesía.

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