"La muerte de Hassan Nasrallah deja a los diplomáticos occidentales como impotentes espectadores"
Diplomáticos en Occidente, entre ellos los más acérrimos aliados de Israel, esperaban que las aguas se calmaran, pero ahora solo pueden observar con consternación.
Llegó la hora de dejar decir que Medio Oriente está al borde de una guerra mucho más seria. Después del devastador ataque israelí contra lo que dijo era el cuartel general de Hezbolá en Beirut, en el que murió el líder de esa organización Hassan Nasrallah, parece que la región ya está ahí.
La capital libanesa sufrió una serie de devastadoras explosiones, según lo cuentan sus habitantes. Una amiga mía en la ciudad dijo que fueron las más poderosas que haya escuchado jamás en cualquiera de las guerras del Líbano.
Las Fuerzas de Defensa de Israel afirmaron el sábado que había eliminado al líder de Hezbolá, Hassan Nasralah y otros comandantes de la organización. Hezbolá luego confirmó la muerte de su líder.
Eso no marcó el final de los bombardeos. Las fuerzas israelíes anunciaron que los ataques contra objetivos de Hezbolá continúan.
Al comienzo del día hubo esperanzas, aunque tenues, de que el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, estaba al menos preparado para discutir una propuesta para un cese el fuego de 21 días. Había sido propuesto por Estados Unidos y Francia con el apoyo de los más importantes aliados occidentales de Israel.
Sin embargo, en un típico discurso desafiante -y por momentos agresivo- ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, Netanyahu no mencionó la diplomacia.
Israel, declaró, no tenía otra opción que pelear contra enemigos salvajes que buscaban su aniquilación. Hezbolá sería derrotado y habría una victoria total sobre Hamás en Gaza, que aseguraría el regreso de los rehenes israelíes.
Lejos de ser corderos llevados al matadero -una frase que se suele usar en Israel en referencia al holocausto- Israel, afirmó, estaba ganando.
El poderoso ataque en Beirut que ocurrió cuando estaba concluyendo su discurso fue una señal aún más enfática de que una tregua en Líbano no estaba en la agenda de Israel.
Parece más probable que el ataque estuvo coordinado para suceder luego de las amenazas de Netanyahu de que Israel podía -y lo haría- golpear a sus enemigos dondequiera que estuvieran.
El Pentágono, el Departamento de Defensa de EE.UU., expresó no haber recibido un aviso por adelantado de Israel sobre el ataque.
Una foto divulgada por el despacho del primer ministro en Jerusalén lo mostraba frente al control de un equipo de comunicaciones en lo que parecía ser su hotel en la ciudad de Nueva York.
El pie de foto decía que era el momento en que estaba autorizando el ataque.
El secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, defendió la política que ha estado promoviendo durante meses. Dijo que todavía había espacio para la negociación. Esa afirmación está sonando cada vez más vacía.
Los estadounidenses tienen muy pocas palancas para usar contra cualquiera de las partes. Por ley, no pueden conversar con Hezbolá ni Hamás por ser clasificadas como organizaciones extranjeras terroristas.
Con las elecciones en EE.UU. a solo semanas de realizarse, tienen menos probabilidad de aplicar más presión sobre Israel de la que ya le han puesto en el último año.
Los desafíos de Israel y de Hezbolá
Voces poderosas del gobierno y ejército de Israel querían atacar a Hezbolá en los días después de los ataques de Hamás el pasado 7 de octubre. Sostenían que podían propinar un golpe decisivo a sus enemigos en Líbano.
Los estadounidenses los persuadieron de que no lo hicieran, arguyendo que el problema que desataría por toda la región podría anular cualquier posible beneficio de seguridad para Israel.
Pero en el transcurso del último año, Netanyahu habitualmente desafió los deseos del presidente Joe Biden sobre la manera en que Israel conducía la guerra.
A pesar de abastecer a Israel con los aviones y las bombas que usó en el ataque en Beirut, el presidente Biden y su equipo fueron simples espectadores.
Su política durante el último año, como un constante simpatizante de Israel, fue la de intentar cierta influencia sobre Netanyahu, mostrando solidaridad y apoyo, proveyendo armas y protección diplomática.
Biden creyó que podría persuadir a Netanyahu, no solo para que cambiara la manera en que Israel combate -el presidente ha dicho repetidamente que está causando demasiado sufrimiento y matando a demasiados civiles palestinos- sino para aceptar un plan estadounidenses para el día después, que se basaba en la creación de un estado palestino independiente existiendo al lado de Israel.
Netanyahu rechazó la idea tajantemente y ha ignorado los consejos de Biden.
Después del ataque en Beirut, Blinken repitió su opinión de que una combinación de disuasión y diplomacia había evitado una guerra más amplia en Medio Oriente. Pero a medida que los eventos se salen rápidamente del control de EE.UU., no suena muy convincente.
Hay grandes decisiones que tomar en el horizonte. Primero que todo, sin Nasrallah, Hezbolá va a tener decidir qué hacer con el resto de su arsenal. ¿Tratarán de montar un ataque mucho más intenso contra Israel? Y si no usan el resto de sus cohetes y misiles, podrían pensar que Israel puede hacerles aún más daño.
Los israelíes también enfrentan decisiones muy trascendentales. Ya han mencionado una operación terrestre en Líbano y, aunque todavía no han movilizado a todos los reservistas que necesitarían, la invasión está en su agenda.
Algunos en Líbano creen que en una guerra terrestre Hezbolá podría neutralizar parte del poderío del ejército israelí.
Los diplomáticos occidentales, entre ellos los más acérrimos aliados de Israel, esperaban poder calmar las aguas, exhortando a Israel a aceptar una solución diplomática.
Ahora se encontrarán mirando los eventos con consternación y también con un sentido de impotencia.