Por Luis Jiménez |12 de diciembre de 2023, 10:53 AM

Michael es un joven de 28 años, quien estuvo poco más de tres años en la cárcel La Reforma, en San Rafael de Alajuela, por robo y por un delito de resistencia a la autoridad; sin embargo, tras vivir un verdadero calvario en uno de los centros penales más violentos del país, asegura que Dios le dio otra oportunidad para estar con su familia.

Él también presentaba un consumo problemático de drogas, vinculado estrechamente con la comisión de delitos.

Hace tres meses y medio terminó su sentencia mediante un proceso abreviado: tomó la oportunidad que le dio un juez de ingresar al Programa de Justicia Restaurativa del Poder Judicial y sustituyó parte de la condena por un tratamiento terapéutico con el Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA).

“Todo empezó por un sentimiento que no pude controlar en mi vida, comencé a salir a tomar licor, conocer personas que quizás, en mi poca mentalidad, creía que me iban a ayudar con el dolor; pero, más bien, fue peor. Ese sentimiento abrió una herida y se hizo más grande porque caí en la cocaína, después en el crack y cuando caí ahí mi mentalidad cayó.

“El mundo me mostró la otra cara de la moneda, vi cosas que nunca había visto y comencé a consumir más droga, cada vez quería más y más. Comencé a alejarme de mi familia, socializaba con personas que antes veía en cartones, comiendo en basureros, a ellos los empecé a ver como mi familia y de mi verdadera familia me alejé”, cuenta Michael, quien prefirió no revelar sus apellidos.

Relata que su esposa lo traicionó y este fue el detonante para caer en las drogas, luego perdió su trabajo, la familia y mucho más. Durante cinco años, vivió en el mundo de las drogas, la delincuencia y lo que más hacía era robar porque "nunca pasaba nada".

Michael manifestó que lo más difícil de estar en la cárcel, además de la privación de la libertad, es dejar de lado sus gustos, la comida, los sentimientos; no se puede tomar ni agua fría, el café no tiene azúcar, para la comida hay que hacer una extensa fila y si se llega de último solo se come arroz porque todo se gasta rápido.

“Estuve en mediana abierta, las paredes lo presionan a uno mientras pasan los días. Durante todo el día se habla de violencia; mientras unos duermen, otros derriten crack, otros están consumiendo droga y hasta tienen sexo entre hombres delante de todos.

“Cuando amanece y uno se levanta, se ven en las esquinas diferentes grupos, en un lado los ladrones, en otro los 'locos', quienes hablan con las paredes y lloran; después los asesinos... Cuando todo está en silencio es porque se va a matar a alguien. Una vez me iban a matar y, durante tres meses, me escondí en una cueva que hay debajo de una cama, lo hice con tal de sobrevivir y casi ni comía”, manifestó Michael.

Este exconvicto asegura que todos los días sentía que ya no podía más y le pedía a Dios que le diera fuerza; fue gracias a los medicamentos que le empezó a dar el IAFA que ingresó al programa, donde comenzó a bajar su ansiedad por las drogas.

Por decisión propia empezó a juntarse con adultos mayores, quienes le daban buenos consejos, le regalaban ropa, zapatos, lo invitaban a tomar café y luego le dieron trabajo lavando ropa. Esta "burbuja" de amigos que creo fue vital para aprovechar su oportunidad porque estaba rodeado de maldad, violencia y muchas drogas.

“En La Reforma todo es muy negro y oscuro, porque hay personas que tienen penas de 200 años y les vale todo. Soy exconvicto y estuve en un punto donde se ve quién es quién, no se sabe si el que entra va a salir. Si usted cuando está ahí es humilde, lo van a andar azotando, y si eres muy juega de vivo te van a probar en el pabellón, por eso hay que andar ‘culebriando’; callar, ver y no decir nada.

“Me golpeaban mucho, en ocasiones me daban con tablas y las astillas quedaban incrustadas en la piel y me las sacaban cuando ya estaba desmayado. Una vez me pegué al portón y no podía hacer nada, casi me matan. Una vez varios sujetos dijeron: '¿Qué hacemos con este mae, lo matamos?'”, dijo Michael.

El joven manifiesta que para poder salir vivo de la cárcel tiene que haber en la vida de la persona un sentimiento real de motivación y, si eso no se ha perdido, se puede seguir adelante; pero siempre hay que pedirle a Dios que le dé algo que lo apasione más que una droga: una esposa, una carrera universitaria, trabajo, lo que sea para poder sobrevivir.

“Durante un año, me hicieron pruebas de dopaje porque solo si estaba limpio me iban a dar la oportunidad de salir y al fin lo logré, cuando llegué a la casa de mi madre, en Guanacaste, me arrodillé y le dije a Dios que aquí estaba papá, listo para lo que él quisiera de mí porque ahora soy un hombre.

“Cuando estás acabado en la vida, solo tu madre va a estar siempre contigo, tu madre nunca te va a abandonar. Hace tres meses y 18 días, salí de la cárcel. La vida es corta y el reloj corre muy rápido, en ocasiones nos matamos en esta vida y no sabemos cómo va a terminar todo, por eso hay que pensar positivo y ser felices, siempre hay que ir sin miedo al éxito”, concluyó Michael.

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