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¿Qué no hacer frente a la escasa capacidad de adaptación?

Ciertamente, la era de las “recetas” del desarrollo, esa ilusión de que bastaba un menú básico de pocas políticas para desarrollar un país, concluyó con más pena que gloria.

9 de septiembre de 2015, 5:31 AM

La semana pasada concluía que  el país recorrió un camino de polarización, que crispó a la sociedad. Por eso perdimos capacidad de adaptación y por el fraccionamiento de los partidos y el estilo de hacer política. Hasta se rompió la convicción de tener un destino común como nación. Así las cosas, ¿qué no hacer?

Es claro que no se trata de encontrar una fórmula mágica ni enarbolar promesas etéreas. Es evidente que no tendremos salvadores de la patria, al menos no de la clase política.  

Ciertamente, la era de las “recetas” del desarrollo, esa ilusión de que bastaba un menú básico de pocas políticas para desarrollar un país, concluyó con más pena que gloria.

La última de estas recetas, el llamado Consenso de Washington, no generó el crecimiento prometido y no "derramó" hacia la amplia mayoría de la gente. 

A pesar de que, ante las dificultades creadas por su aplicación, tuvo que transformarse para ampliar sus objetivos e instrumentos, acumuló un repudio que se ha expresado durante conflictos sociales y en procesos electorales (calle, referéndum y elecciones).

La más reciente muy mayoritariamente a favor de "cambiar", tanto desde el partido que estaba en el poder como desde casi el resto de los partidos, según sus programas. Las excepciones: los que se agrupan bajo aleros muy específicos y uno, a lo sumo dos partidos más.

También sabemos que la otra ¨receta¨, la del socialismo autoritario, tampoco condujo a resultados sostenibles.

Hoy sabemos que la tarea de desarrollar una nación es, ciertamente, más compleja y requiere una agenda amplia, pragmática (por oposición a dogmática), e híbrida (por oposición a fundamentalista), la que hay que construir (objetivos, instrumentos y estrategias) para el país y el ahora. Nada sencillo en sí, pero complejísimo por las dificultades de adaptar.

Quizá algunos de los acostumbrados a administrar política económica piensan que es tiempo de hacer fracasar el ¨cambio¨ para lograr de inmediato la restauración de un desarrollo no incluyente, con algunos ajustes; los principales hacer coincidir oferta y demanda de empleo calificado y mejorar el régimen cambiario y con ello la competitividad. Otros soñarán con el desgaste del ¨cambio moderado¨  que abra campo a algo más profundo y radical.

Ambos hacen apuestas y ponen acciones  por  la agudización de las contradicciones. La metáfora diría que el espejo con manchas y fisuras se arregla con un mazo; luego el ¨componedor¨ podría tomar los pedazos y armar un nuevo espejo.

Ese no es desenlace que necesite, o valore la gente.  Tampoco que la beneficie.  Eso no noes sensato, pero me doy cuenta de que  el qué hacer, o al menos por dónde comenzar, se me quedó para la próxima semana.