Por Susana Peña Nassar |6 de agosto de 2023, 8:30 AM

Hace 32 años, una familia costarricense hizo lo impensable: rifar su propia casa para salvar a Christian Sánchez Herrera, de tres años. En ese momento, el vecino de Guápiles requería un trasplante de hígado urgente, ya que sus posibilidades de sobrevivir eran mínimas.

Esa operación tenía que realizarse en Estados Unidos y, por eso, era necesario recaudar al menos $130.000 ($292.000, según inflación estadounidense actual). Así nació la campaña "Salvemos a Christian", que unió a todo un país en tiempos sin redes sociales.

La meta se logró gracias a los corazones solidarios de los ticos: Sánchez recibió un nuevo hígado el 24 de agosto de 1991. Hoy, tanto tiempo después, solo queda agradecimiento y una cicatriz en el abdomen de este inspector de profesión, quien ahora tiene 35 años, está casado y es el orgulloso padre de dos niños, de once y seis años.

Teletica.com conversó con él sobre la evolución de su salud, los recuerdos de infancia y ese sacrificio tan grande que hicieron sus padres para mantenerlo con vida: una anécdota de la que se enteró tarde, pero que todavía le quiebra la voz.

Campaña para que niño pudiera ser operado
Christian Sánchez cuando tenía tres años, antes de ser trasplantado. Captura de reportaje realizado por Telenoticias.

Tantos años después del trasplante, ¿cómo se encuentra de salud?

Bastante bien, en la mayoría de los aspectos. Como persona, de vez en cuando, uno tiene sus gripes o sus cositos; pero, en lo relacionado con el trasplante, una vida completamente normal, eso es lo que le puedo decir, todo normal, gracias a Dios.

¿Sigue en control médico por el trasplante?

Claro, siempre, son controles eternos. Desde pequeño se me dijo que tenía que mantenerlos a pesar de los años del trasplante, que ya son bastantes. Siempre hay que vigilar cualquier situación que se pueda presentar, ya que es un órgano que no es mío y tengo que cuidar esa oportunidad que se me dio.

Después del trasplante, ¿en algún momento presentó complicaciones?

Mi madre no me deja mentir, ella fue la que sufrió hasta mi mayoría de edad: como a los 12 años, hubo un período de alza en el tipo de exámenes, de sangre y demás, que dejaban ver un tipo de rechazo; pero las visitas al médico y los controles arrojaron que era, más que nada, un tema de crecimiento, pasar de niño a ser adolescente, lo que afectó los parámetros. Desde esa fecha y hasta el momento, todo normal, ninguna situación de emergencia grave.

Aunque todo sucedió cuando usted tenía tres años y medio, ¿tiene algún recuerdo de su vida pretrasplante?

Yo estaba muy pequeño, pero hay dos cosas que recuerdo, que son como polos opuestos. Cuando estábamos en Estados Unidos, hay una organización que se llama Casa Ronald McDonald, que daba hogar en ciertos casos y permitían estar ahí durante un período de seis meses. Me acuerdo de ese lugar, porque era donde pasaba más tiempo… Me acuerdo de que tenía una cocina detrás de unas puertas de vidrio. Ese es mi recuerdo más ameno… El más triste que tengo es vomitar sangre en una cama con mi mamá, pequeñito, ella asustada. 

Gracias a Dios, no me acuerdo de todo el trajín. Los que sufrieron esa situación fueron mis padres, vivieron la tensión de tener un hijo en esa situación.

Campaña para que niño pudiera ser operado
La operación del guapileño se realizó el 24 de agosto de 1991 en Estados Unidos. Captura de reportaje de Telenoticias.

¿Por qué tuvo que viajar para operarse en Estados Unidos y qué tan difícil fue lograr el dinero para esa operación?

Después de mucho tiempo, mis padres me lo contaron. Al nacer, un 3 de marzo de 1988, mi mamá nota algo extraño, que mi abdomen era muy abultado. Consulta y le dicen que es normal en un recién nacido, que son gases; pero, al tiempo, se da cuenta de que eso no baja. Fueron donde especialistas, a hospitales, y un médico nos dio la noticia: tenía un caso de cirrosis, que es genético. Nací con cirrosis crónica, una parte del hígado estaba muerta y, como es el único órgano que se regenera, las partes enfermas iban matando a las nuevas, e iba a fallar.

La situación fue dolorosa, me pongo en los zapatos de mis papás, porque una de las recomendaciones del médico fue: ‘Disfruten a su hijo hasta donde puedan, porque aquí no se puede (operar), no va a sobrevivir mucho tiempo’. En 1991, una intervención de salud de este tipo no era sencilla. 

Doy gracias a que mis papás no se cruzaron de brazos y lucharon, y así nació la gran campaña ‘Salvemos a Christian’. Se hicieron grandes sacrificios, mis padres y mucha gente que los apoyó, aquí en Guápiles, al punto de reunir el dinero.

En medio de la campaña ‘Salvemos a Christian’, sus papás deciden rifar la casa. Cuéntenos esa anécdota.

(Se le quiebra la voz) De ese detalle yo no me enteré hasta que tenía como 18 años, o un poquito más. Me pongo un poco sentimental porque, lógicamente, mis papás no le dieron importancia, o no sé qué fue la situación, me enteré un día curioseando en la Biblioteca Nacional, cuando me puse a ver periódicos viejos. Así me enteré de que mis papás rifaron la casa para obtener los recursos necesarios; incluso mi papá había renunciado al trabajo que tenía para adquirir parte de la liquidación…

Al rifar la casa, cuando ellos contactan al ganador y él les dice: ‘No, yo no quiero la casa, yo lo hice por ayudar’. Mis papás hicieron mucho, pero también el corazón de una persona de venir y decir ‘yo no la quiero’. Es una anécdota un poco difícil que, como te digo, la comprendo hasta mucho después y me da fe de que mis padres fueron muy valientes.

Campaña para que niño pudiera ser operado
Solidaridad de los ticos permitió recaudar el dinero necesario para costear la operación.

¿Qué otros esfuerzos se hicieron para recaudar los $130.000?

La campaña ‘Salvemos a Christian’ fue organizada por un vecino muy conocido aquí en Guápiles. Junto con otras personas, donaban su tiempo y organizaban actividades; por ejemplo, rodeos en la Expopococí. Mi papá pasaba al centro del redondel, conmigo en brazos, para contar la historia. Todo el dinero entraba a las cuentas que se habían creado para el propósito y, cuando mis papás necesitaban, lo utilizaban.

También me contaban que organizaban visitas a bananeras o piñeras, donde los jornaleros; los reunían, les explicaban y les preguntaban: ‘¿Quién quiere donar el día de hoy de su trabajo?’. Encontraron muchas formas de reunir ese dinero.

Ahora vemos muchas campañas por Internet, pero en aquel tiempo no existía, es decir, la difusión era muy diferente. ¿Ha pensado en eso, en que su familia logró mover a todo un país en tiempos sin redes sociales?

Lo más que había era el periódico, los canales de televisión y la radio. Pero la gente de más edad ahora me ve en la calle y me saluda, porque la campaña unió a un pueblo. Hay personas que me dicen: ‘Usted no me conoce, pero yo fui con su papá a tal lugar, a hacer tal cosa, para ayudarlo a usted’… Fueron tantas las personas que ayudaron de esa manera, lo que hoy se traduce en ver y compartir un video, un link, una historia; pero antes era de boca en boca. Además, se necesitaba gente que donara su tiempo, la persona honrada que fuera con la alcancía a recoger el dinero; las facilidades de ahora, hacer un SINPE o una transferencia, eso no era posible. En comparación, ahora es con tractor eléctrico, antes lo hicieron con rastrillo.

Ahora que es papá de dos niños, ¿esta historia tomó otro significado?, ¿qué les diría a sus papás y a todas las personas que, sin conocerlo, pusieron un granito de arena para poder realizar la cirugía?

Creo que no existen palabras para expresar el agradecimiento que les tendría que dar. En mi familia nos gusta mucho la cultura japonesa y lo primero que se me vino a la mente es hacer una reverencia, inclinar la cabeza y decirles ‘gracias’. Se quedan cortas esas cinco letras, por todo lo que dieron, porque no hay forma de que yo se los pueda devolver; tendría que quedarme dando un discurso gigante para poder agradecer todo lo que han hecho por mí.

A todos ellos, podría decirles que mi vida, ahorita, fue gracias a las manos de muchas personas; parte de mi vida le pertenece a cada uno de ellos, porque gracias a ellos yo estoy acá. Aunque sea un poquito, son parte de mi historia.

Hace 32 años, una familia hizo lo impensable: rifar su propia casa para salvar a Christian
Christian Sánchez con su esposa y sus dos hijos.

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