Por Jose Ernesto Herrera |29 de mayo de 2024, 18:55 PM

La amistad verdadera no distingue lugar, raza, estatura, condición social o económica y, en este caso, tampoco distingue la condición física o mental. Han pasado 24 años desde que se graduaron, pero para Allan Madrigal, Billy Madrigal, Marcos Venegas y Nicols Porras, el tiempo parece no haber pasado, ni para sus mamás.
 
En este Día Nacional de la Persona con Discapacidad, nos reunimos con estos cuatro amigos, egresados del aula diferenciada de la Escuela de Turrúcares, para conocer cómo fueron esos años y recordar las aventuras de estos cuatro mosqueteros.
 
Allan y Billy son hermanos, Venegas es vecino y los tres tienen parálisis cerebral con diferentes grados de discapacidad intelectual. A Porras nunca le diagnosticaron una condición específica, pues hace casi 40 años estos temas eran poco explorados, incluso por los médicos. 

Han pasado tantos años desde que compartieron aulas, que resulta increíble que recuerden como si fuera ayer sus peores travesuras. En ese tiempo, dieron buenos dolores de cabeza a la “niña Gaby”, a quien vamos a conocer hoy. Juntos estuvieron hasta los 16 años, cuando cumplían su ciclo en el aula diferenciada.
 
Trajimos a Gaby a reunirse con ellos de nuevo, después de tantos años. Ella dejó de verlos desde el 2000. Hoy, ya pensionada, afirma no saber cómo hizo para atender a 12 niños por la mañana y 13 por la tarde, pues en ese entonces estaba sola y no había diferenciación de condiciones; en un solo espacio estaban niños ciegos, sordos, con algún síndrome, parálisis, entre otros.
 
Para la niña Gaby, uno de los principales retos fue hacer ver a los papás, mediante la escuela para padres, que lo importante en este proceso era que los logros debían ser los que sus hijos podían alcanzar, no los que ellos querían que lograran.

Mamás admirables
 
Esta historia tiene otra parte, los ángeles que están detrás de ellos, como su sombra, como guardianes. 

Las mujeres que los llevaron en el vientre sin saber cómo Dios los traería al mundo, pues en ese entonces no había exámenes para identificar una condición especial. Maritza, Ofelia y Sandra también se volvieron a reunir, para recordar cómo eran esos días que comenzaron antes del aula de la Escuela de Turrúcares, pues ellas se conocieron en el bus cuando juntas iban a la Escuela de Enseñanza Especial de Alajuela.
 
Doña Maritza fue la primera de las tres en asistir a este centro educativo, pues Allan es el mayor de todos y fue el primer caso de parálisis cerebral de Turrúcares y del centro educativo. Fueron muchos años de penurias, angustias y limitaciones económicas, pues tenían que correr con sus hijos en brazos.
 
Todas ellas tuvieron otros hijos. En el caso de doña Sandra, una hija; doña Ofelia, cuatro más. En el caso de doña Maritza, quien ya tenía a Allan y a Billy, la noticia de un tercer embarazo la tomó con temor y resignación, pero siempre decretó que amaría igual o más que a sus otros hijos, sin importar cómo viniera. Hoy, Cindy, la hija menor, es el pilar de la familia.
 
La historia de estos cuatro amigos y sus valientes madres es un testimonio de amor, dedicación, y la fuerza inquebrantable de la amistad y la familia.

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