Nacional
Fotos: Iglesia colonial de Nicoya adorna nuevo vestido de la Virgen de Los Ángeles
La ceremonia de vestición se realizó este jueves en la explanada del Santuario Nacional.
Llegó la medianoche, no hay duda. Apenas el reloj marca la hora que divide el 1.º del 2 de agosto, las ocho campanas de la Basílica de Los Ángeles suenan al unísono.
En la calle, algunos levantan sus ojos buscando la fuente del sonido, pero la mayoría sigue su camino, porque, pese a la hora, la calle norte de la Basílica es un río humano en el que quien se detiene será empujado por la corriente de hombros y piernas con las que chocará.
Hoy solo hay una gran ausente: la Luna, que, caprichosa, esconde su rostro a los romeros que caminan bajo una bóveda celeste totalmente despejada. No lloverá esta noche.“Yo soy muy friolenta, terrible, a las seis de la tarde usted ya me ve envuelta, pero te juro que no tengo nada de frío… Será porque la Virgencita es maravillosa”, me cuenta Ruth Sánchez. Ella viene de Rancho Redondo, distrito josefino a unos 20 kilómetros de la Basílica.A su lado, Álex Pérez, su pareja, la cuida. Ambos dormirán hoy resguardados por el techo de la parada del bus atrás del Santuario. Álex confiesa que él no es católico, pero es el segundo año que acompaña a su esposa a la Romería porque asegura que la Virgen le ha hecho muchos milagros.
“La idea es dormir aquí y quedarnos hasta la misa de mañana (…) Nos motiva esa fe que nos inculcó nuestra abuelita y que ahora se las vamos enseñando a ellos”, aseguran ambos mientras señalan a los niños que están completamente envueltos en las cobijas y a los que el ruido no inmuta.
“Es el tercer año consecutivo que dormimos aquí. El año pasado nos llovió mucho y nos mojamos todos, pero aquí estamos. Hoy, por dicha, la noche está preciosa”, explica Andrés.Faltan nueve horas para que inicie la misa que ellos esperan. Para hacer mejor la espera, se intercambiarán la guardia durante la noche con los que ahora duermen, pero tienen claro que no se moverán. Aunque el reloj casi marque las 2 a. m., en Cartago parece que el tiempo no pasa. El olor a arroz cantonés y chop suey hacen creer que es mediodía; el mar de gente que no cesa parece indicar que es domingo a las 10 a. m. Solo el cielo profundamente oscuro nos hace caer en la realidad: estamos en la madrugada en que Cartago no duerme por estar a los pies de La Negrita.