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Negar esterilización en la CCSS por "criterio personal" podría convertirse en delito
Un proyecto de ley pretende que los médicos no puedan interponer sus criterios personales cuando una mujer expresa su deseo de no tener hijos.
¿Se imagina que todo, absolutamente todo alrededor suyo, siempre huela y sepa a podrido? Ese es el caso de algunos pacientes recuperados de COVID-19, quienes quedaron con esta secuela en los sentidos del gusto y el olfato.
Se trata de parosmia, una condición que existe desde antes del coronavirus, pero que ahora está presente entre las personas que atraviesan la enfermedad.
Tal es el caso de Paula, de 41 años, y otra mujer de 51 años, a quien llamaremos María porque prefirió no revelar su identidad. Ellas han vivido meses con un olor que describen como "podredumbre".
"Llevo nueve meses así"
Paula se contagió de COVID-19 en noviembre anterior, perdió el gusto y el olfato como parte de la enfermedad, pero luego el ambiente y sus pertenencias empezaron a oler diferente.
Al principio todo olía a quemado y los alimentos sabían muy salados. Ahora todo huele "asqueroso" y nada sabe bien, únicamente logra distinguir si es salado o dulce.
"Todas las mañanas amanezco sin olfato y digo 'me salvo'. Al menos tengo un ratito del día que no me llegan olores feos. Es como media hora así y ya después huele mal todo el día, hasta que me acuesto", aseguró.
Ella describe su olor permanente como el de la mezcla de una cebolla, una papa y una naranja podridas.
Ahora tiene muchas limitaciones para comer porque son muy pocos los alimentos que tolera ingerir.
“Pasé semanas comiendo casi que solo pan con queso porque es lo único que me sabe bien”, dijo.
Lavarse los dientes y acciones tan sencillas como ir al baño a orinar las hace obligada, ya que el olor no lo soporta. El único que puede reconocer como antes es el de un suavizante de ropa.
“Todo huele a podrido, aunque no esté echado a perder. Todo huele a malo (...) A veces voy en la calle y yo voy con arcadas y todo me huele horrible. Un día que bajé a visitar a mi abuelito no pude ni estar cinco minutos y yo con doble mascarilla y todo”, relató la afectada.
Paula visitó a varios doctores privados, quienes le dijeron que era normal y que en unos seis meses se estabilizaría: ya lleva nueve meses así y nada cambia.
Los expertos le aseguraron que no hay tratamiento, nada más terapias que pueden ayudar, así como vitaminas para entrenar el cerebro y la nariz.
La vecina de Paraíso de Cartago anhela el día en que pueda volver a oler igual que antes del COVID-19.
“Sería lo mejor de mi vida, que este olor ya no esté. Cuando uno está en esta situación es cuando uno aprende a valorar lo que uno tiene”, concluyó.
"No como nada, ya perdí 12 kilos"
María, de 51 años y vecina de Escazú, está pasando exactamente por la misma situación.
Cuenta que al principio lo más difícil fue entender lo que pasaba y que su familia le creyera, pero ahora vive con náuseas la mayor parte del tiempo.
Desde abril, su olfato está completamente distorsionado: una rosa, según dice, "en este momento puede oler a algo podrido, putrefacto, al olor más horrible que se puedan imaginar".Eso mismo le sucede con la comida. Pasó 15 días sin comer nada porque no toleraba su sabor y vomitaba todo el tiempo. Así como Paula, ella no soporta el olor a culantro, cebolla, pollo, entre muchos otros alimentos.
"El olfato también se triplica al mil por mil, entonces hasta cuando un vecino está cocinando me llega el olor y yo salgo en carrera y paso vomitando del olor que se suelta", comentó.
María bajó 12 kilos en cuatro meses producto de esta situación, ya que su dieta se vio totalmente perjudicada, tanto que estuvo a punto de ser hospitalizada.
Sin embargo, asegura que ha tenido que ir adaptándose para sobrevivir.
A ella también le dijeron que no existía tratamiento y le recetaron vitaminas para aumentar el Zinc en la sangre, además de terapias olfativas.
“Estoy comiendo ensalada, sabe horrible, pero igual me la como. Acá el asunto es sobrevivir día a día, aunque usted no lo crea y aunque suene catastrófico, es sobrevivir”, contó.
"No sé si es por el tratamiento o el cerebro es tan inteligente que sabe que tengo que sobrevivir de alguna forma. Yo ya he aprendido que las poquitas cosas que puedo comer, aunque sepan feas, tengo que comerlas porque si no me muero”, añadió.
Además, ha gastado mucho dinero comprando comida diferente con la esperanza de que le sepa bien.
María asegura que expuso su caso en la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), pero no obtuvo ayuda.
"Me dijeron 'no hay nada que hacer' y ni siquiera pelota me dieron”, concluyó.
¿Qué ocurre en el cuerpo para que esto pase?, ¿qué puede hacer la CCSS para ayudar a estos pacientes? Se lo contamos en la próxima entrega.