POR BBC News Mundo | 1 de junio de 2019, 9:15 AM
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Fósiles perfectamente preservados por millones de años en ámbar dominicano, como este, permitieron a los Poinar recrear un mundo prehistórico.

A comienzos de los años 80 del siglo pasado, los naturalistas estadounidenses George y Roberta Poinar descubrieron algo increíble: que insectos prehistóricos atrapados y preservados en piedras de ámbar (o resina fósil) tenían algunas células intactas, incluyendo partes de su ADN.

Si viste la película Jurassic Park ("Parque Jurásico") -o cualquiera de sus varias secuelas- es probable que esto te sea conocido. En esos films, científicos logran usar ADN extraído de mosquitos fosilizados en ámbar para volver a dar vida a los dinosaurios.

El vínculo no es casual: Michael Crichton, quien escribió el libro Jurassic Park y lo adaptó para el popular film de Steven Spielberg, se inspiró en el trabajo de los Poinar, quienes además permitieron que se filme su laboratorio para algunas escenas de la película.

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La pareja -él es entomólogo y ella microscopista electrónica- fue la primera en advertir sobre las propiedades extraordinarias que tiene la resina de algunos árboles como medio de preservación.

George y Roberta Poinar
George y Roberta Poinar -en esta foro en Venecia, en 1996- son dos de las máximas autoridades mundiales sobre los fósiles en ámbar.

No solo insectos quedaron atrapados por miles de milenios en la pegajosa resina de árboles, también plantas e incluso algunos pequeños vertebrados.

Cuando la resina se endureció, convirtiéndose en ámbar, estas especies se conservaron en condiciones casi perfectas, gracias a que no sufrieron la degradación que produce el contacto con el oxígeno y otros elementos de la naturaleza.

Pero mientras que para Hollywood estos fósiles en ámbar sirvieron como puntapié para crear un mundo de fantasía, los Poinar los usaron para recrear un mundo real.

Más específicamente, para reconstruir cómo fue un bosque que existió en República Dominicana hace 45 millones de años.

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Los Poinar pudieron recrear el ecosistema de un bosque tropical extinto hace millones de años en República Dominicana.

Consultados por BBC Mundo sobre su revolucionario estudio, que ya cumplió dos décadas, los veteranos científicos -que viven en Corvallis, Oregon, donde fundaron el Instituto del Ámbar- contaron cómo se inició su proyecto.

Fue en 1986, cuando lideraron una expedición a las minas de ámbar en la región montañosa del norte de República Dominicana.

Allí pudieron recolectar cientos de muestras de fósiles en ámbar de millones de años de antigüedad, que se formaron en lo que en el pasado se conoció como la isla de La Española.

Estudiando esas muestras por años, pudieron reconstruir el ecosistema del bosque, a pesar de que dejó de haber rastros de su existencia hace 15 millones de años.

El resultado, que publicaron en 1999 en el libro "El bosque de ámbar: una reconstrucción de un mundo desaparecido", es la imagen más precisa que la ciencia ha producido hasta ahora de un bosque tropical prehistórico.

George y Roberta Poinar
Los Poinar liderando la expedición a la mina La Toca, en el norte de República Dominicana, en 1986.

Lo especial de este bosque

Si bien la mayoría de ámbar prehistórico se encuentra en la región báltica, el que está en República Dominicana tiene la particularidad de contener un mayor número de restos fósiles.

Esto fue lo que permitió a los Poinar hacer una reconstrucción tan detallada.

Los expertos no solo analizaron los fósiles en ámbar que ellos hallaron, también investigaron muestras recogidas por mineros dominicanos a lo largo de 20 años.

Determinaron que la fuente del ámbar fueron los algarrobos, una especie de árbol que habría llegado a República Dominicana desde Sudamérica hace unos 60 millones de años.

En su libro, los científicos se preguntan qué pudo haber pasado con el ámbar producido por estos árboles entre 60 y 45 millones de años atrás, la edad más antigua del ámbar hallado.

Una posibilidad, afirman, es que esas primeras capas hallan sido destruidas por la actividad tectónica y volcánica.

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La mayoría de los fósiles en ámbar dominicano son más pequeños que una pelota de golf.

De hecho, resaltan que debido a esos fenómenos fue "raro encontrar una pieza completa (de ámbar) más grande que una pelota de golf, sin ninguna fractura interna".

Varios de los insectos y plantas que los Poinar pudieron estudiar, gracias a que quedaron atrapados por millones de años en estas piedras de ámbar, ya están extintos.

Entre las rarezas que encontraron se incluyen abejas y escorpiones sin aguijón.

También hallaron animales vertebrados pequeños, como sapos, lagartijas, pájaros y algunos mamíferos.

La pegajosa resina de los algarrobos, que destilaba un olor acre, incluso logró atrapar y preservar huellas inusuales del extinto bosque prehistórico, como trozos de material que flotaba, entre ellos pelos de un rinoceronte antillano y de un tigre dientes de sable.

También se conservaron telas de araña y semillas de plantas que ahora tienen formas diferentes.

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La resina actúa tan rápido que logró captar escenas increíbles, incluyendo interacciones fascinantes entre insectos.

"Los organismos (atrapados en la resina) solían morir tan rápidamente que muchos aparecen en circunstancias casi reales", explican.

Fue así como dieron con dos escenas de combate congeladas en el tiempo: un insecto asesino luchando contra una abeja sin aguijón y una araña atacando a una termita.

Valioso

El ámbar dominicano no solo es valorado por sus propiedades conservacionistas.

También es el más caro del mundo porque es el más transparente y porque se han hallado muestras en colores increíbles, como azul, violeta, rojo, gris y negro.

En "El bosque de ámbar", los Poinar trazan la historia de este material precioso.

"Los indios taínos pudieron haber sido las primeras personas en notar la presencia de esta gema y apreciar su belleza", relatan.

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Un pendiente hecho de ámbar dominicano azul y violeta.

"Cuando Cristóbal Colón llegó en el siglo XV los taínos le presentaron sus piezas preciadas, pero los españoles estaban más interesados en el oro, y el ámbar cayó en el olvido".

"Fue 'redescubierto' a principios del siglo XX, primero como joyería y luego por sus fósiles científicamente valiosos, y ahora proporciona una fuente de ingresos para muchos", cuentan.

Aportes científicos

La investigación de esta pareja de científicos sirvió como una confirmación más de algo que sigue generando debate: ¿cuándo llegaron a su posición actual las islas de las Antillas Mayores (Cuba, Puerto Rico, Jamaica y República Dominicana)?

La información extraída de los fósiles en ámbar sugirió que la masa terrestre de las Antillas Mayores llegó al Caribe hace 25 millones de años, algo en lo que coinciden otros estudios.

La "paleo-reconstrucción" del antiguo bosque que hicieron los Poinar también sirvió para comprobar que se ha reducido la biodiversidad en esa zona del mundo.

George y Roberta Poinar
Supuestamente están retirados, pero los Poinar no dejan de hacer hallazgos increíbles estudiando el ámbar prehistórico.

A pesar de que la pareja está oficialmente "retirada", aún siguen sorprendiendo al mundo con sus hallazgos.

Increíblemente, las muestras de ámbar fosilizado que recogieron hace décadas en República Dominicana siguen aportando datos fascinantes a la ciencia.

En 2016, George Poinar, quien sigue siendo profesor honorario de la Universidad Estatal de Oregon a pesar de tener 83 años, anunció que un fósil que había conservado por 30 años contenía una flor intacta de una especie de planta hasta entonces desconocida -bautizada como Strychnos electri- que floreció hace 15 millones de años y hoy está extinta.

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Un año después, volvió a sorprender con otro hito cuando reveló que una garrapata prehistórica, hallada en ámbar del mismo período, aún contenía sangre del mono al que picó justo antes de quedar atrapada en la resina.

Así, aportó la única muestra de glóbulos rojos de un antiguo mamífero a la que ha tenido acceso la ciencia.

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Y no solo eso: la muestra contenía un parásito muy similar a uno que en la actualidad causa una enfermedad en mamíferos parecida a la malaria.

Gracias a que el ámbar conservó al parásito en perfecto estado, investigadores pudieron estudiar su evolución, lo que podría aportar información valiosa para entender una enfermedad que cada año mata a cerca de un millón de personas.