POR AFP Agencia | 25 de diciembre de 2015, 3:07 AM

San José, Filipinas | Joana Yambao, de 12 años, empuja en medio del agua enlodada un barreño en el que se halla su hermana pequeña. Los habitantes de la aldea filipina de San José tienen poco o nada que celebrar esta Navidad.

Decenas de localidades situadas en las mesetas ricas en arrozales del centro de Luzón, la isla principal del archipiélago, siguen anegadas diez días después del paso del tifón Melor.

La tempestad causó 45 muertos y dejó a miles de personas sin comida, sin agua y sin acceso a la atención médica.

"No creo que Papá Noel pase este año por aquí", declaró Joana Yambao a la AFP.

En vez de la tradicional comida de carne, queso y dulces, cientos de habitantes de San José esperaban en medio del agua, con baldes, la distribución de víveres organizada por la iglesia católica.

Esta localidad de 5.000 habitantes ya sufrió inundaciones en el pasado, pero nunca en Navidad, cuentan los más ancianos.

Según cifras oficiales, alrededor de 206.000 personas siguen sufriendo inundaciones o dependen de las raciones alimentarias gubernamentales, o las dos cosas.

Amelia Samblijay, de 63 años, intenta no deprimirse. En su casa ha colgado del techo seis figuras de plástico de Papá Noel que se balancean sobre el agua marrón en la que flotan zapatos, botellas y una rata muerta.

Su casa tiene como única protección un tejado de lona. Lleva diez días sin electricidad. Las autoridades cortaron la corriente por precaución y no la restablecieron.

Los tres hijos de Samblijay no podrán visitarla este año. Podrían haber venido desde Manila en barco pero el viaje es demasiado peligroso para sus nietos y prefirieron quedarse.

"Va a ser una Navidad triste, sin mis siete nietos", cuenta. Esta obligada a cocinar en el tejado para alimentar a su marido, encamado por un accidente cerebrovascular. 

"De todos modos sin electricidad no se hubieran sentido a gusto", se consuela. 

Dormir en la iglesia.

En una casa cercana, dos perros descansan sobre un tejado. Los barcos pequeños se han convertido en el principal medio de transporte, pero los pescadores cobran por los desplazamientos.

Por el río Pampanga Allan Gonzales acompaña en barco el féretro de su abuelo de 99 años, fallecido hace unos días en el hospital.

"Es duro. Era de noche cuando le dio un infarto y hubo que llevarlo en barco al hospital", afirma este pescador de 34 años.

Pese a todo, recalca, San José tiene la suerte de no tener que lamentar víctimas mortales por el tifón. Él espera que las aguas bajen para poder almorzar en familia el día de Navidad.

"Con Dios todo es posible", asegura.

El archipiélago suele sufrir temporales, con un promedio anual de veinte tifones.

La víspera de Navidad, unas 80.000 personas seguían en centros de emergencia, según la agencia nacional de gestión de las catástrofes.

En San José, algunos se refugiaron en iglesias.

"La mitad de mi casa está bajo el agua", explica Solita Nebre, de 53 años, que duerme desde hace tres días en la iglesia de la aldea, sobre cartones. 

"Dios es misericordioso. No nos castigó", asegura Nebre. "Sólo nos envió estas inundaciones para poner a prueba nuestra fe".