POR AFP Agencia | 26 de septiembre de 2013, 7:21 AM

Era un sábado normal para Fred Bosire, empleado del supermercado del centro comercial Westgate de Nairobi, pero la jornada se convirtió rápidamente en una pesadilla cuando un comando islamista irrumpió en esta lujosa galería comercial.

Al principio, este hombre de 35 años pensó que se trataba de un robo a mano armada, frecuentes en Nairobi.

"Varios clientes seguían caminando, empujando sus carritos muy despacio, trataban de entender lo que estaba sucediendo. Como yo, pensaban seguramente que los disparos no durarían", explica.

"No creía que el blanco éramos nosotros. Pero luego, los escuché hablar. Me resultaba difícil entender lo que decían porque hablaban una mezcla de inglés, de kiswahili (lengua hablada en Kenia) y otra lengua que creo era árabe. Pero me di cuenta de que teníamos problemas".

"Invadieron nuestro país, violaron a nuestras mujeres, mataron a nuestros ancianos, es tiempo de que paguen las consecuencias", es lo único que este hombre logró descifrar a ciencia cierta de la boca de los atacantes.

"Vi a gente cayendo como moscas a mi alrededor. Algunos intentaban encontrar refugio detrás de los mostradores. Logré deslizarme y encontrar un lugar en donde pude acostarme la cabeza contra el suelo", relata este hombre desde su cama de hospital.

"Escuché a gente pidiendo auxilio (...) Luego escuché a una mujer pidiendo a los atacantes que la dejen ir, junto a sus hijos".

Sé que tenía hijos porque los escuchaba llorar y que uno de los terroristas les dijo que se callaran. Me acuerdo que le dijeron a su madre 'tienen suerte, no matamos a niños', y le ordenaron tomar a sus hijos e irse corriendo".

Otra mujer, una francesa, según él, "sacó su bolso y les dijo que tomaran todo su dinero. Pero le dispararon", cuenta.

Se sentaron a tomar una gaseosa
Poco después, los atacantes dispararon en dirección del mostrador detrás del cual estaba escondido. Fred Bosire no se dio cuenta inmediatamente que una bala lo había alcanzado.
"Me di cuenta más tarde, cuando comencé a sentir frío. Quise gritar, pero sabía que no debía hacer ruido". Poco después, este hombre perdió el conocimiento.

"Cuando me desperté, todo estaba tranquilo. Tenía la garganta seca. Intenté moverme pero mi pierna izquierda no me respondía. Escuché mi teléfono vibrar. Era mi esposa, y como pensé que no iba a salir vivo de allí, contesté".

"Le dije 'me estoy muriendo, pero por favor no llores por mi'. Le pedí también que no cuente nada a los niños antes de que terminen de pasar sus exámenes escolares".

Luego, los atacantes volvieron.
"Los escuché abrir el refrigerador de gaseosas", antes de sentarse para "descansar".

Este testigo recuerda haber visto los pies de cinco personas, con los zapatos cubiertos de sangre.
Uno de los atacantes era bastante joven, "su voz aún no había cambiado", dice.
Un islamista gritó entonces: "si hay sobrevivientes, los dejaremos salir".

"Unas mujeres comenzaron a gritar. Hubiera deseado que no lo hagan. Hubiera deseado que resistan. Los atacantes las abatieron", recuerda.

Después de pasar varias horas en el suelo semiinconsciente, Bosire escuchó a hombres hablando kiswahili. Llevaban botas del ejército keniano, recuerda.

"Un soldado me sacudió la pierna para ver si estaba vivo". Fue imposible para él articular una palabra, pero logró hacer un ruido con la garganta. "Fue suficiente".

"No recuerdo muy bien qué pasó después. Recuerdo sólo que me sostuve con fuerza al cinturón del soldado, quien me sacó de allí".

Tras un asedio que duró casi 80 horas y que dejó un saldo de al menos 67 muertos, la pesadilla terminó el martes por la noche. "Pero para mi aún no ha terminado", dice Fred Bosire.