BBC News Mundo
“Apareció de la nada”: 4 claves sobre el choque de dos buques en el mar del Norte
Una persona continúa desaparecida y hay combustible para aviones derramado en el mar, lo que aumenta los temores de daños ambientales.
“No zarpo hasta que hable con mi mamá”: ese es uno de los rituales que Randall Alberto Calderón Monge cumple religiosamente, no importa que tenga 56 años, 40 de los cuales ha dedicado al mar, 36 con el rango de capitán.
Este colaborador de la Naviera Tambor, quien es padre de tres hijos, tiene tres décadas de experiencia en el ferry, embarcación de gran tamaño con la que ha evolucionado: empezó trasladando 200 personas por viaje; pero ahora son 1.250, sin contar los vehículos.
Sus aventuras marítimas lo han llevado a cruzar ocho veces el Canal de Panamá. Además, acumula más de 40 viajes a la Isla del Coco y ha navegado por países como El Salvador, Perú, México y Colombia. “Este trabajo me lo ha dado todo en la vida: con esto nos hemos alimentado, mis hijos han estudiado”, reconoce, orgulloso al repasar detenidamente su trayectoria.
Calderón conversó con Teletica.com y reveló cómo es la vida en el mar, si es o no aburrido hacer tantas veces el mismo viaje de Puntarenas a Paquera y con qué situaciones tiene que lidiar diariamente. Además, narró sus anécdotas más extremas mientras surcaba las aguas. A continuación, puede repasar la entrevista completa.
¿Siempre soñó con ser capitán de barco o tenía otras metas en la vida?
Es vacilón, porque nosotros nos criamos aquí en Puntarenas, y el patio de la casa de nosotros era el estero. A un lado había un astillero donde hacen barcos y al otro había 14 camaroneros. Yo nunca jugué carritos, yo hacía barquitos de estereofón y con los palillos de las cajas de fósforos hacía los mástiles, y me metía bajo la cama a jugar con los barcos, mientras mis hermanos o mis amigos jugaban con carros. Yo jugaba con los barquitos, volvía a ver a la ventana de mi casa, que quedaba así al estero, y lo que hacía era volver a ver y decía: algún día voy a andar uno.
¿Algún recuerdo específico de niñez que lo marcó? Relacionado con barcos, además de ese que ya me contó.
Estaba muy pequeño y las maniobras eran las que más me gustaban. Entonces, había un capitán al que le decían “Chema” y hacía unas maniobras muy bonitas. Siempre que me decían: ‘Viene Chema para adentro’, yo me ponía en el muelle para ver todo lo que él hacía, cómo metía la proa, cómo metía la popa, cómo atracaba, y ese era mi sueño, o sea, llegar y algún día atracar un barco y hacerlo de la mejor manera también.
Cuando llegó la hora de decidir su futuro, ¿cómo tomó su familia esa decisión?
No fue muy difícil porque mi papá fue técnico en refrigeración de barcos, entonces estuvimos siempre apegados al mar, y yo, de 8 años, ya andaba en los barcos y me ponía a limpiar las tinas: me regalaban 500 colones por lavar las ocho tinas de los camaroneros. Mi papá gritaba siempre que me colaba, decía: ‘No me lo pongan a hacer otra cosa porque se me cae y está muy pequeño’; pero yo me colaba, venía de la escuela y me colaba y me iba con los barcos y toda la cosa. Entonces, me imagino que sabían de que esa era mi pasión, porque hay gente que lo hace por una necesidad y otros nacemos con una pasión y un amor por lo que hacemos.
Háblenos de su proceso de formación, ¿cómo se prepara un capitán de barco para ese trabajo?
Está el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), que es el único que da el curso Náutico Pesquero, pero solo el INA de Puntarenas. Tenés que meterte y hacer el proceso para llevar hombre al agua, colisión, abandono de buque, incendio y llevar el proceso de luz y un montón de cosas; entonces, después de que hacés eso, es donde podés empezar a trabajar en un barco.
Después, yo fui a estudiar a Panamá, estudié en una Escuela Juan Sebastián Elcano. Cuando vengo, ya estudiado, empiezo a tocar puertas, entonces me tocó con un gringo que me dio la oportunidad, en un barquito crucero. Él llegó y me dijo: ‘No, todavía no ocupamos, lo que ocupamos es un guarda’, pues yo le hago de guarda; ‘no, lo que ocupamos es pintar la propiedad’, yo la pinto; ‘necesito sacar de vacaciones al jardinero’, yo lo hago; y seguro dijo: ‘Este quiere trabajar con nosotros’, entonces llega y me dice: ‘Vaya que hay una plaza de marinero’.
Pasé allá para tener unos uniformes blancos y dije: ‘Ahora sí’; pero me mandaron a limpiar todos los cables y toda la cosa, porque era el último marinero, después me pasaron de parrillero, después de panguero, después de bartender, después de maquinista, primer oficial… y como fui muy eficiente y siempre hacía las cosas muy bien, entonces fue donde me dijo el gringo: ‘Viene un barco nuevo y te lo voy a dar a vos’. Me pusieron a hacerle los días libres al capitán y yo siempre cuento una anécdota a los muchachos más jóvenes: yo me agarraba de la pochota (timón de madera) y los muchachos me decían, ‘Capi, ¿quieres ir al baño? No, hombre, negativo’, o sea, era la fiebre de llevar el barco. Desde ahí, hace 36 años, nunca solté la pochota.
¿Cuánto tiempo pasó desde que llegó hasta que le dieron ese barco?
Eso fue a los 16 años, cuando yo ingresé con ellos, y ya a los 20 agarré la batuta como capitán.
¿Recuerda su primer viaje a cargo de una embarcación?
Fue bien bonito porque primero me tocó solo, pero con el gringo, y el gringo me dice: ‘Quiero que se desenvuelva solo, como que yo no esté, pero yo voy a observar’. Fuimos, hicimos todos los viajes, yo me comporté como capitán y cuando regresamos al muelle fue bien bonito porque estaba la esposa de él esperando el barco y él le dijo: ‘No hay nada más que explicarle, está preparado’, le gritaba antes de llegar al muelle. Y de ahí nunca más volvió a andar conmigo, siempre solo. Era una energía el primer día, que yo pienso que aplanché el uniforme como siete días antes y el primer día que iba a ir solo pienso que no dormí, no dormí porque era muy joven.
¿Cuáles son los principales temores que tenía al principio?
El temor más grande para un capitán, empezando, es cuando vas a atracar en un muelle: me lo voy a pasar llevando o le voy a hacer un hueco al barco cuando estoy atracando. Estás en la mira de un montón de gente, viéndote afuera y otros en el barco donde estás haciendo la maniobra, entonces hay que ser muy frío.
A mí ya no me sudan las manos, después de 36 años de ser capitán. A un muchacho nuevo lo tiran y me imagino que las manos le quedan hechas agua, porque sudan demasiado, pero es la adrenalina.
Después de ese primer trabajo, ¿desempeñó otras labores?
Estuve en la Marina Los Sueños con un yate que me dieron, después estuve en el Golfo Papagayo y después recuerdo que me dice un amigo: ‘Fíjate que yo tengo un amigo en el ferry y me están ofreciendo que yo vaya a entrenar como capitán, a ver si puedo realizar la prueba y quedarme; pero me da miedo porque son muy grandes. ¿Vos no lo intentarías?’. Sí, claro, le dije que me llamaran. Llegó el señor, me ve y me dice: ‘Voy a hacerle una prueba 10 días’. No hay ningún problema, fui 10 días y me quedé hasta hoy: 31 años.
¿Es difícil estar frente a un ferry?, ¿cuáles son las particularidades?
Tiene sus particularidades. En aquellos tiempos, cuando yo inicié, los barcos lo que agarraban eran 42 carros y 200 personas; hoy ando 1.250 personas y 186 carros, pero ha ido evolucionando esta ruta. Empezó pequeño, hemos ido montándonos de uno pequeño a uno más grande, más grande… Entonces ha sido muy fácil. Un barco como el Tambor 4 (ferry) es como un crucero, pero seguimos agarrando gallinas, chanchos, plátanos, de todo. Y aquí no es que todo es un amor: hay problemas de pleitos, choques de carros, o sea, hay que vivir con un montón de cosas acá también a bordo.
¿Cuáles cree que son características o cualidades necesarias para ser el capitán de un ferry?