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Siete cosas que la ciencia “descubrió” siglos después que los pueblos indígenas
Numerosos fármacos, instrumentos médicos, alimentos o técnicas de cultivo que hoy se utilizan a diario en el mundo occidental tienen sus raíces en lo más profundo del conocimiento ancestral.
A lo largo de la historia, los indígenas han contribuido sustancialmente a las ciencias aplicadas modernas, como la medicina, la biología, las matemáticas, la ingeniería y la agricultura.
Muchas de esas contribuciones, sin embargo, son desconocidas.
Numerosos fármacos, instrumentos médicos, alimentos o técnicas de cultivo que hoy se utilizan a diario en el mundo occidental tienen sus raíces en lo más profundo del conocimiento de los pueblos originarios.
Y es que para sobrevivir y adaptarse a los diversos ambientes, los indígenas han fabricado productos o aplicado técnicas sofisticadas, algunas de las que recién ahora los científicos y expertos han empezado a valorar.
“El conocimiento ancestral es tan importante o válido como la ciencia moderna, igual de rigurosa, y que se ha adquirido con la práctica durante siglos”, le dice a BBC Mundo Hugo Us Álvarez, especialista en desarrollo social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Guatemala, e investigador sobre pueblos originarios de América.
El antropólogo George Nicholas, de la Universidad Simon Fraser, coincide.
"Lo que a menudo se ignora es que 'el conocimiento es conocimiento', independientemente de la forma que adopte", señala a BBC Mundo.
En este Día Internacional de los Pueblos Indígenas, en BBC Mundo te mostramos siete ejemplos de cosas que estas comunidades saben desde hace siglos y que la ciencia "descubrió" después.
1. Para el dolor
Muchos pueblos indígenas desarrollaron una cultura de la medicina basada en la naturaleza, cuyos descubrimientos han servido de base para tratamientos en la actualidad.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor del 40% de los productos farmacéuticos que hoy se utilizan se basan en el conocimiento tradicional.
Uno de los más emblemáticos es la aspirina, cuya sustancia base es el ácido salicílico que viene del sauce negro.
Los indígenas norteamericanos lograron extraer el ácido de la corteza de este árbol hace cientos de años y lo usaban con quienes sufrían de algún dolor muscular u óseo.
“Hay muchas plantas que han sido utilizadas por los pueblos indígenas y que después fueron aplicadas a la farmacología moderna”, explica Hugo Us Álvarez.
Otro ejemplo es lo que sucedió durante la pandemia de covid-19, cuando los científicos detrás de las vacunas descubrieron en el quillay, un árbol endémico de la zona central de Chile, un ingrediente clave para combatir el coronavirus.
El quillay es conocido por su “corteza de jabón” por sus saponinas vegetales, unas moléculas que hacen espuma al entrar en contacto con el agua y que se han convertido en un codiciado potenciador de la respuesta inmunológica.
Pero sus propiedades curativas habían sido descubiertas mucho antes, desde tiempos ancestrales, por los indígenas mapuches que las utilizaban para curar todo tipo de males, desde enfermedades estomacales y respiratorias hasta problemas en la piel y reumatismos.
De acuerdo con la ONU, hay otras plantas y hierbas ancestrales que han contribuido enormemente a la ciencia moderna, como el ñame silvestre mexicano, del que sale uno de los primeros ingredientes activos en las píldoras anticonceptivas o el espino blanco y la dedalera que se han utilizado para tratar enfermedades cardiovasculares y la hipertensión.
2. Superalimentos
Actualmente, hay alimentos que están viviendo un boom de consumo en el mundo gracias a que, según expertos, tienen increíbles propiedades nutricionales.
Uno de ellos es la espirulina, que hoy aparece en los menús en forma de licuados (o batidos) o, incluso, en tortillas, ensaladas o galletas.
Pero siglos antes de considerarse un “superalimento”, este tipo de microalga, que crece en lagos y estanques alcalinos cálidos y ríos, era un alimento básico prehispánico.
Los mexicas, los descendientes de los aztecas, recolectaban el alimento rico en proteínas de la superficie del lago Texcoco. Se cree que lo consumían con maíz, tortillas, frijoles, chiles o mole como un "combustible" para viajes largos.
Así, incluso sin la ciencia moderna, los indígenas mexicanos podían reconocer la densidad de nutrientes de la espirulina.
Lo mismo ha sucedido con otros alimentos que fueron ignorados durante años, pero que hoy se posicionan como favoritos por sus propiedades: la quinua, por ejemplo, era un alimento básico de los incas. O la chía, cuyo cultivo era crucial para los indígenas de América, superado solo por el maíz y el frijol.
Hugo Us Álvarez agrega otro más: el amaranto. “Es una de las especies más utilizadas por los pueblos mesoamericanos, una semilla alta en hierro, que aporta proteína y energía, y que ahora está en proceso de rehabilitación”, dice.
Así, el mundo moderno recién está descubriendo los increíbles beneficios para la salud de aquellas semillas que, sin duda, son una importante herencia culinaria de los pueblos originarios.
3. Jeringas
El médico escocés Alexander Wood pasó a la historia como el inventor de la primera jeringa hipodérmica en el mundo.
Wood hizo su descubrimiento en la década de 1850, luego de inyectarle con éxito morfina a una mujer que sufría de un dolor crónico.
El trabajo del escocés fue precedido por investigaciones de otros científicos que años antes habían experimentado con instrumentos similares a la jeringa: el irlandés Francis Rynd, por ejemplo, había logrado inyectar medicina por la vía subcutánea, mientras que el físico francés Charles Pravaz le frenó el sangrado a una oveja administrándole un coagulante con la que sería la primera aguja hipodérmica.
Sin embargo, muchos años antes, hubo otras personas que también habían fabricado esta herramienta que hoy es indispensable para la práctica médica.
De acuerdo con estudios basados en el hallazgo de objetos arqueológicos, diversos grupos nativos usaban huesos de pájaros que unían a vejigas de animales pequeños y que terminaban cumpliendo una función parecida a la de las jeringas.
Estos hallazgos han sido reportados en sitios ocupados por indígenas en países de Sudamérica, como Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
Se cree que fueron diseñados para introducir líquidos en las cavidades del cuerpo, así como para administrar medicina en cantidades dosificadas.
También hay referencias sobre su uso para irrigar heridas e, incluso, limpiar los oídos.
4. Protección contra el Sol
El uso del protector solar tiene una historia mucho más larga de lo que probablemente imaginas.
Si bien las técnicas para aminorar los efectos del sol en la piel se han perfeccionado en el siglo XXI, el concepto de aplicarse sustancias o cremas para no broncearse viene desde hace cientos de años atrás.
Se sabe, por ejemplo, que los indígenas americanos utilizaban cosas como el aceite de la planta de achiote (que hoy algunas marcas lo venden bajo la promesa de disminuir arrugas o eliminar manchas), de girasol o el cactus opuntia.
Actualmente, muchas empresas de cosméticos naturales fabrican sus productos en base a lo que han utilizado los indígenas durante siglos.
Para protegerse del sol, los pueblos originarios también crearon otro objeto que hoy forma parte de nuestra cotidianeidad: las gafas de sol.
Según los registros históricos, fueron los indígenas innuit, que habitan la zona del Ártico americano, quienes diseñaron este artefacto para resistir al reflejo del sol sobre la nieve.
Los anteojos eran hechos con madera o con huesos de los antílopes que vivían en la zona y tenían una delgada apertura por donde se podía mirar.
5. Hibridación de plantas
Las técnicas de cultivo de los pueblos indígenas han sido admiradas por el mundo moderno debido a su sofisticación.
Investigadores han observado cómo lograron construir acueductos o canales para el abastecimiento del agua y diseñar otros métodos -entre ellos, el cultivo intercalado- que los ayudaron a aumentar la producción.
Pero algunos grupos ancestrales fueron incluso más allá y consiguieron cruzar especies diferentes de plantas, un proceso que se conoce como “hibridación”.
Este tipo de avances hoy se le atribuyen principalmente a Gregor Mendel, considerado el padre de la genética, quien revolucionó el mundo con sus estudios por la década de 1860.
No obstante, en el libro “Hibridación de plantas antes de Mendel”, de Herbert Fuller Roberts, se señala que hay evidencia de que algunas culturas antiguas incluso aplicaban técnicas de polinización artificial y que tenían conocimiento de que ciertas especies tenían sexo femenino o masculino, lo que les permitió hacer discriminaciones en pro de sus cultivos.
Otros investigadores han asegurado que los indígenas aprendieron que la selección persistente de ciertas semillas les permitía controlar la diversidad de sus siembras, como sucedió en el caso del maíz, los frijoles o calabazas.
“Las especies de maíz que hoy se conocen han sido resultado de procesos de cruces que se fueron haciendo durante años y que les permitieron a los pueblos indígenas desarrollarse", explica Hugo Us Álvarez.
"Se fue logrando la combinación genética que permitió llevar a las especies que se consumen actualmente”.
“Algo similar sucedió con la papa. Los incas también lograron su domesticación y crearon combinaciones que le permitieron tener muchas especies de papas”, agrega.
De esta forma, de acuerdo con Chris R. Landon, autor de una investigación titulada “Contribuciones de los indios americanos a la ciencia y la tecnología”, los indígenas “se convirtieron en maestros de la hibridación de plantas mucho antes de que los investigadores botánicos del siglo XIX Gregor Mendel y Luther Burbank”.
6. Cambio climático
Muchos científicos expertos en cambio climático han basado sus estudios en observaciones satelitales, en registros de temperatura o en análisis de núcleos de hielo.
Sin embargo, hay muchos otros datos que se pueden utilizar.
Y una fuente de información cada vez más requerida por los expertos son, justamente, las comunidades indígenas.
Debido a su cercanía con la tierra y a su vasto conocimiento del entorno, los indígenas a menudo tienen sus propios registros y recuerdos que pueden incluir detalles extraordinarios sobre alteraciones en los patrones climáticos, cambios en la vegetación o comportamientos desconocidos de animales.
Actualmente, muchos antropólogos e investigadores recurren a los pueblos ancestrales para preguntarles qué han observado sobre el mundo que los rodea.
"Creo en la ciencia nativa, en que es ciencia real", le dijo a la BBC Richard Stoffle, antropólogo de la Universidad de Arizona.
El académico, que realizó un estudio sobre los cambios ambientales presenciados por el pueblo anishinaabe (situado en Norteamérica) a lo largo de las décadas, explicó que los indígenas han estado “monitoreando el cambio climático antropogénico mucho antes de que fuera un tema regular de discusión pública”.
Para muchos antropólogos, contar con la información de los indígenas te da una imagen “más completa” de lo que está sucediendo, algo que jamás se obtendría utilizando sólo mediciones.
7. Los “halcones de fuego”
Hace unos años causó especial interés una investigación dirigida por un grupo de expertos en Australia que revelaba cómo algunas aves rapaces propagan intencionalmente el fuego para generar incendios.
El estudio explicaba que en la sabana tropical australiana estas aves transportan palos encendidos en sus garras o picos con el fin de producir quemas que hacen que los insectos, roedores y reptiles huyan y, por lo tanto, les aumentan las oportunidades de alimentación.
Sin embargo, lo que fue prácticamente una novedad para la ciencia occidental, era ampliamente sabido por los pueblos indígenas del norte de Australia desde hace cientos de años.
De hecho, los expertos que condujeron el estudio, aseguran que gran parte de su información fue recopilada del conocimiento indígena ancestral y de experimentos de campo controlado, entre otros.
Hace mucho que se sabe que los indígenas hacían ceremonias donde se incorporaban representaciones de aves rapaces transportando o iniciando fuego, algo que era mirado con distancia por parte de la ciencia moderna.
Ahora, no obstante, hay un conocimiento más aceptado de este fenómeno lo que puede ayudar a combatir los incendios no sólo en Australia sino en muchas otras partes del mundo.
Para el profesor de arqueología, George Nicholas, este es un ejemplo más de “cómo los científicos occidentales finalmente se ponen al día con los conocimientos tradicionales después de varios miles de años”.
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