El “reportero” que arbitró la final del Mundial con la maleta lista
Nacido en las afueras de Amberes, John Langenus comenzó su andar como árbitro internacional en 1923, y llegó al Mundial de Uruguay 30 en el pico de su carrera.
Ser designado como el árbitro de la final de la Copa del Mundo es hoy un honor que muchos silbateros desean. El prestigio profesional, social y económico que representa impartir justicia entre las dos mejores selecciones del planeta es un premio que les acompañará toda la vida.
Y toda esa fama comenzó con un singular personaje, un burgués belga de casi dos metros de estatura, amante de la política y el deporte, que 90 años atrás se jugó la vida en la primera final de un Mundial, vestido de traje y con la maleta lista.
Nacido en las afueras de Amberes, John Langenus comenzó su andar como árbitro internacional en 1923, y llegó al Mundial de Uruguay 30 en el pico de su carrera. Antes de ser asignado como el juez de la final, fue asistente en dos partidos del torneo (Rumanía-Perú y Chile-México) y central en otros tres (Uruguay-Perú, Argentina-Chile y la semifinal Argentina-Estados Unidos).
Fue el árbitro que más partidos dirigió durante aquella primera Copa del Mundo, pero había viajado a Uruguay con un doble propósito: ser silbatero y periodista. Cuando no estaba sobre el campo impartiendo justicia, Langenus dictaba las crónicas de los partidos para el semanario alemán Kicker.
Elogiado desde siempre por su compostura, su léxico privilegiado y su porte elegante con camisa, pantalones bombachos y zapatillas, había arbitrado en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928. Aunque no estuvo en la final de ese torneo, sabía la pasión que desbordaba un Argentina-Uruguay. Lo había conocido en los Países Bajos y lo corroboró dos años después, viendo el comportamiento de las hinchadas a ambos lados del Río de la Plata.
Así que, para arbitrar la final entre uruguayos y argentinos, pidió a los organizadores un seguro de vida, por temor a que ocurriera una tragedia dentro del estadio, y solicitó que el barco que lo llevaría de regreso a Bélgica estuviera disponible para zarpar apenas sonara el pitazo final.
Y lo hizo bien sobre la cancha. Más allá de zanjar la disputa sobre cuál balón usar y de enfrentar algunos cuestionamientos por una posición prohibida en un gol argentino, el encuentro fluyó sin grandes polémicas ni enfrentamientos entre fanáticos (en buena parte gracias a la victoria 4-2 de los uruguayos). Eso sí, apenas hizo sonar el último silbatazo, agarró la maleta y salió disparado hacia el puerto.
A Langenus y al otro árbitro belga en la Copa del Mundo, Henry Christophe, les prepararon un par de sidecars conducidos por policías, y se instruyó a los oficiales de tránsito de Montevideo que mantuvieran despejada la ruta por donde pasaría el convoy. A pesar de los cuellos de botella tras el partido y las celebraciones de la victoria de Uruguay, ambos llegaron a tiempo.
Langenus volvería a pitar en las Copas del Mundo de 1934 y 1938. Su despedida mundialista fue en Italia, durante el partido por el tercer lugar entre Brasil y Suecia. El estallido de la Segunda Guerra Mundial puso fin a su carrera como árbitro internacional y, en su retiro, sacó provecho a su talento para la escritura, publicando unas memorias y dos libros relacionados con fútbol, por supuesto.
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