Por Juan José Herrera |4 de octubre de 2016, 2:33 AM

Laura Rodríguez y Mireya Brenes no se conocen, pero tienen una historia en común: ambas se enfrentaron hace seis años al diagnóstico de un cáncer de mama que les desacomodó el mundo.

Ellas, madres de dos y cuatro hijos respectivamente, lucharon contra la "mortalidad" en etapas distintas.

Laura tenía 33 años y se le detectó un cáncer avanzado; Mireya, de 56, y su tumor –si bien era agresivo–estaba en una etapa intermedia.

Las dos perdieron un seno en la batalla pero triunfaron y vivieron para contarlo. Las dos coinciden en que debieron ganarle al diagnóstico antes que a la enfermedad.

“Lo primero fue lamentarme, cuestionar por qué a mí, por qué si yo era una señora tan activa, tan trabajadora... Luego viene lo demás: ¿con quién voy a dejar a mis hijos? ¿qué va a pasar con mi casa? ¿qué van a hacer ellos sin mí? Es terrible”, relató Mireya a Teletica.com, quien hasta ese momento dependía de su ingreso como empleada doméstica.

“Yo no tuve tiempo para lamentarme mucho, mi cáncer estaba en una tercera etapa y hubo que correr mucho con los exámenes y el tratamiento porque los doctores desde el inicio me ofrecieron expectativas muy malas.

"El tratamiento era de nueve meses y lo que le dije a mi familia fue que lo tomáramos como un embarazo, que luego todo volvería a la normalidad”, explicó Laura, cuyas hijas, en ese momento, no llegaban ni a sexto de la escuela.

Secuelas

En menos de un año tanto Mireya como Laura habían sido mutiladas por la enfermedad, perdieron la totalidad de su cabello y tenían un hoyo enorme en su autoestima. Ninguna, sin embargo, había perdido los deseos de vivir.

En eso último ayudó un tratamiento en común: la psiconcología.

Ambas fueron recomendadas al Centro de Cuidados Paliativos de La Unión de Tres Ríos y fue ahí donde conocieron a Sandra Ayales, una de las pocas expertas que existen en el país en una especialidad que da sus primeros pasos en Costa Rica.

“Verse uno mutilado es de las cosas más duras que le pueden pasar y en medio de eso hay un tratamiento durísimo y esa sentencia de muerte que uno cree que es el cáncer. Ahí es donde yo digo que sin la ayuda de un psicólogo uno se muere, la enfermedad lo consume”, explicó Mireya.

En el caso de Laura el tratamiento fue más allá.

“Yo sí creo que el tratamiento psicológico ayuda en un 99,99%, pero en mi caso no fue algo solo conmigo. Luego de mi diagnóstico mi hija menor estaba en primer grado y decidió que quería quedarse conmigo, que no quería ir a la escuela. Ahí fue donde la ayuda de Sandra se volvió invaluable y eso es parte de su importancia, que la psiconcología es un enfoque no solo para el paciente, sino también para su familia”, explicó.

“Pero hay mucho más. Ella (Ayales) me ayudó a aceptar mis cicatrices, porque siempre fui muy vanidosa, me encantaba andar con mis blusas escotadas y luego de perder mi seno empecé a utilizar camisetas de hombre, no dejaba que mi esposo me viera porque me daba miedo que me dejara, es así de fuerte. Pero ella me enseñó que esa cicatriz significa vida, que gracias a eso estoy con mis hijas y que estoy aquí, contándolo”, añadió Laura.

Tanto Laura como Mireya fueron dadas de alta, ya no tienen cáncer, pero se mantienen en cuidados paliativos lidiando con las secuelas mentales y físicas de la enfermedad.

“A mí me dio un derrame cerebral, ahora tengo reumatismo, un cansancio muy fuerte que me quedó por la quimioterapia y otros tratamientos, eso no se va, pero estoy para contarlo y para ver a mis hijos crecer. La ayuda de muchas personas sin duda es invaluable, pero faltan cosas”, finalizó Mireya.

“Mi mejor consejo ahora es que no piensen nunca que el cáncer es sinónimo de muerte, que sepan que esa enfermedad primero se gana en la cabeza, que la actitud y por mucho la compañía ayudan.

"Por favor no enfrenten un cáncer solos, si no tienen a nadie busquen aunque sea un perro. Mi esposo tenía que trabajar todo el día y yo me quedaba sola con mi perrito en la casa, y créanme, él hizo una diferencia”, recordó Laura.