25 de octubre de 2016, 5:33 AM

Este blog es de esos que uno no quisiera escribir, pero que mi responsabilidad como periodista dicta que debo hacerlo, porque realmente estamos tiñendo de sangre nuestras calles.

El exceso de velocidad combinado con un sentimiento de inmortalidad/autoconfianza y hasta algún grado de licor -en algunos casos- hacen que los conductores pierdan el miedo a un accidente y manejan sin control.

Los ejemplos sobran, lamentablemente sobran y se han convertido en el pan diario en nuestra agenda informativa.

Pongo dos ejemplos concretos: la semana pasada, un auto con capacidad para cinco personas viajaba en el sentido Montes de Oca-Curridabat con siete personas abordo.

El vehículo aparentemente maniobró para quitarse un bus pero chocó contra un poste metálico. Dos mujeres menores de 25 años salieron disparadas y fallecieron en el sitio.

Ayer, nuestro compañero David Domínguez publicó un amplio reporte sobre cómo los motociclistas en Upala, cantón alajuelense con un alto índice de accidentes de motociclistas, viajan sin casco.

Cuando David le preguntó a los motociclistas si estaban concientes del enorme riesgo de hacerlo de esa manera, todos asentían con un dejo de culpabilidad pero sin un real interés por cambiar.

Un usuario de Teletica.com nos envió una foto de un par de policías viajando en una foto, y la que viaja atrás lo hace sin casco y sin la cinta reflectiva que, en buena teoría, todos los que se trasladan en moto deben usar.

Datos del Consejo de Seguridad Vial indican que mientras en el 2003 unas 363 personas fallecieron en el sitio en un accidente de tránsito, en el 2015 perdieron la vida 398.

Me acuerdo de la campaña de los corazones pintados de amarillo en las calles, en sitios donde alguien murió producto de un accidente vial.

También se me viene a la mente las cruces que hay colocadas en numerosos puntos de nuestras carreteras y que evidencian que alguien perdió la vida en esa zona, como un vecino que años atrás murió en San Rafael de Heredia, muy cerca del Castillo. Allí está la cruz con su nombre.

Y no quiero dejar por fuera a otras víctimas de los accidentes: a quienes resultan heridos o heridas; a los allegados que sufren en silencio con el alma en un hilo porque no saben si su familiar o amigo o amiga sobrevivirá o quedará con alguna secuela.

Por favor, evitemos seguir contando víctimas mortales; evitemos tener que pintar más corazones o colocar cruces en nuestras vías.

Evitemos que muchas familias lloren porque perdieron a un ser querido o porque esa persona se debate entre la vida y la muerte a causa de alguien que no se midió al volante o, peor aún, porque él o ella no se midió a la hora de manejar.