Manos que dan nunca están vacías
El caso de los árboles de manga, cas, naranja e higo de mi casa siempre tienen abundantes frutos. Los beneficiados son mis vecinos y cuanto desconocido pasa frente a mi casa y se antoja.
Es muy cierto este refrán popular que reza: "Manos que dan nunca están vacías".
Se los digo con total conocimiento de causa con un ejemplo muy sencillo y muy lindo a la vez.
Mi mamá Adela -q.d.D.g- solía chinear los árboles de manga, cas, naranja e higo que hay en mi casa -desde que tengo uso de razón me acuerdo de ver los árboles siempre llenos de frutas-, y sin reparo regalaba a mis vecinas cuanta fruta podía y/o pedían.
Ella nunca escatimó y siempre fue generosa, porque aseguraba que nunca nos faltarían cases, mangas, naranjas e higos gracias al acto de desprendimiento.
También hacía lo mismo cada vez que cocinaba tamales, bizcochos, tamal asado, budín, queques, arepas dulces, tortillas con queso, mieles, sopas y arroces de los más variados y exquisitos (ella era una orgullosa tilaranense que nos regaló lo mejor de la cocina guanacasteca).
Cuando ella murió, hace casi 11 años, los árboles se empezaron a secar y dejaron de dar frutos, a pesar de que mi hermana y yo los cuidábamos.
Ustedes dirán que es una locura o invento lo que les contaré, pero una vez mi hermana y yo nos "enchaquetamos" y les hablamos fuerte y duro a los árboles.
Les dijimos, básicamente, que mami estaría muy triste de verlos en el estado en el que estaban; que ella sería feliz de verlos frondosos y fructíferos.
Dicho y hecho. Al poco tiempo los cuatro árboles volvieron a su estado previo y, desde entonces, no se han cansado en florecer y dar frutos deliciosos y numerosos.
¿Y adivinen qué? Cada vez que podemos le regalamos cuantos higos, cases, naranjas y mangas a nuestras vecinas y vecinos y a uno que otro desconocido que se antoja cada vez que camina frente a la casa. Lo mejor: en mi casa nunca ha faltado el pan, el arroz y los frijoles... ni las frutas.
Les cuento esto porque me encantaría que más y más personas se desprendieran un poquito de lo que tienen -en la medida de sus posibilidades- y ayuden al prójimo.
Las cadenas de favores, de bondad, de desprendimiento son más que necesarias en estos tiempos de redes sociales y poca interacción en persona. Necesitamos más calidez, más sensibilidad, más gratitud.
Les aseguro que muchos de los habitantes de un condominio, por poner un ejemplo, tan siquiera saben cómo se llaman su vecinos más cercanos, pero tienen decenas de amigos en Facebook, Twitter, Instagram y Snapchat y cuanta aplicación haya disponible.
No me cansaré de decir que es una dicha y bendición aplicar de corazón ese refrán que mi madre nos inculcó desde pequeños.