16 de septiembre de 2016, 4:43 AM

Por Cindy Regidor 

“Por ser tan linda Costa Rica la llaman la suiza centroamericana. Unida con mi Nicaragua, la verdad, algún día, se quieran como hermanas…”.

El poema es declamado en La Carpio, en San José. Aquí se encuentran reunidos su autora Sonia, Eddy y los esposos Humberto y Alba Luz. Todos nicaragüenses. Están aquí, juntos, para reflexionar sobre el ser migrante en Costa Rica.

Vea: Migración nicaragüense: la generación del exilio 

Costa Rica es el país latinoamericano con mayor porcentaje de inmigrantes, con un total de 9% de su población total. La mayoría de inmigrantes en Costa Rica son de origen nicaragüense. Se contabilizan unos 300.000. La Carpio es el mayor asentamiento de migrantes de Centroamérica.

Con 25.000 habitantes, más de la mitad son nicaragüenses.

Ser migrante es salir de casa por razones muy poderosas. Sonia Parajón tiene 66 años emigró hace nueve. Procede de Monimbó, Masaya, allí trabajaba como maestra de preescolar.

“Prácticamente, digamos, salí huyendo de mi país, producto de maltrato físico”.

Estudios señalan que una de las razones por las cuales las mujeres nicaragüenses emigran es por violencia de género.

Eddy Ponce tiene 37 años de edad, emigró hace 11 años y es estilista. “Decidí emigrar a Costa Rica en busca de mejor vida, de mejor salario”, comparte este chinandegano. Chinandega es uno de los principales departamentos de origen de los migrantes nicaragüenses.

Migrar es la lucha por llegar al destino, muchas veces de forma arriesgada como fue el caso de Humberto Meza, de 58 años de edad. Llegó a San José hace 23. “yo sí me vine mojado. Vine por el lado de cárdenas (Rivas) a salir a Santa Lucía (Liberia), territorio costarricense, directamente aquí a La Carpio, cuando La Carpio se estaba iniciando como comunidad”, dice.

Es, justamente, en la década de los 90 cuando se da la segunda y más grande oleada migratoria nicaragüense.

Ser migrante es empezar una nueva vida en un lugar ajeno, a veces hostil. “En el bus donde yo venía, costarricenses nos gritaron que saliéramos de su país y que nos regresáramos”, recuerda Sonia. “Llegamos por la noche y llegamos aquí a La Carpio y no era lo que yo esperaba, sentí mucha depresión.

Porque se quedaba lo mejor de nosotros en Nicaragua, nuestro barrio, nuestra casa, nuestra familia”, rememora Alba Luz Álvarez, quien llegó a Costa Rica en 1996.

Ser migrante es encontrarse con nuevas definiciones de sí mismos. “Pasaba por el mercado haciendo compras, yo escuchaba decir algo sobre los nicas, pero, ¿cómo es que nos conocen?”, se preguntaba Alba Luz.

Algunas de esas definiciones, no tan agradables: “La expresión que viene de algunos costarricenses, no de todos, es que todos los nicaragüenses somos asesinos, ladrones, violadores. Eso no me gusta a mí, porque yo no soy eso”, exclama con firmeza Sonia.  

Datos oficiales recientes respaldan la inconformidad de Sonia, pues indican que solo el 9% de los delitos cometidos en territorio costarricense involucra nicaragüenses.

Pero, ser migrante, también significa construir nuevos lazos: “la mayoría de las amistades que tengo son costarricenses y son muy buenas personas, muy lindas de corazón”, afirma Sonia.

“El nicaragüense con el costarricense aquí se ha llevado de maravilla”, agrega Humberto.

“Yo digo que, pues, hasta el momento, sí se ha ido mermando la xenofobia, dice optimista Eddy.

Un dato en una encuesta reciente reafirma su creencia: apenas el 6% de ticos piensa que los nicaragüenses “son malos y/o vienen a hacer daño”.

Ser migrante, aseguran, es ser fuerza y no amenaza.  Es integrarse, pero, también, es ser acogidos por el país en que viven. “Los nicaragüenses aquí son vitales en términos económicos, pero son poco reconocidos en cuanto a su contribución”, afirma el investigador social Carlos Sandoval.

“Somos personas que estamos aportándole a Costa Rica también”, expresa Humberto.

“Se trata de aceptar al otro y que vean que también nosotros podemos enseñarles, mostrarles, que, culturalmente, aprendamos y enseñemos… compartir, integrarnos”, reflexiona Alba Luz.

Por su parte, el investigador social destaca lo importante de un cambio en la narrativa social: “creo que en ambos lados tenemos que contar más las historias de la migración y quizá menos los prejuicios acerca de la migración”, opina Sandoval.